
viernes, 5 de agosto de 2011
Leer a la orilla del cielo
Leer a la orilla del cielo
Antología de cuentos venezolanos para niños
Presentación
Una antología de cuentos de autores venezolanos dirigida a los niños nos coloca en situación de elegir entre una gran cantidad de textos que se han venido escribiendo desde la constitución misma de Venezuela como nación y que obedecen a distintos modos de mirar y sentir el entorno y dirigirse a los niños, según la época y las corrientes sociales.
Hemos pensado en esta selección tomando en cuenta, los tópicos que por naturaleza son del agrado de los y las niñas y niños lectores, como dibujo de circunstancias, sentimientos y emociones, propios de su percepción de la realidad , las barreras del tiempo y los diversos usos del lenguaje que les corresponden enriquecen el conjunto, para recordarnos la universalidad del concepto del niño y la niña, como seres dispuestos a asombrarse frente a todo, y mantener una disposición natural a la esperanza y la curiosidad.
Si bien consideramos que la literatura se define por su tratamiento a través del lenguaje, y en el caso específico de la narrativa tendría que ver con el “hábil manejo de las secuencias de tiempo y espacio, que permita la comprensión de la historia”(…)la adecuada creación de personajes, pues es necesario que, aún cuando estos sean animales, seres humanos o fantásticos, transmitan fuerza y vitalidad, que estén bien definidos con características propias, se relacionen entre sí y evolucionen a través del desarrollo de la obra”(…) “y es de esperarse una acertada creación del ambiente o del mundo donde se desenvuelven estos personajes ,pues así sea real o fantástico, debe poseer una coherencia o lógica interna, que lo haga verosímil y convincente para el lector”(Maggi María Elena (1989)p.9).
Iniciamos nuestro comentario a partir de la organización de estos cuentos por tópicos y tratamiento. Comencemos por lo fantasioso en esta antología.
Veremos que la presencia de Los tropitrolls de Marissa Arroyal, se compagina con la animación de la fauna promovida en nuestras tradiciones por Tío Tigre y Tío Conejo ( en el cuento de Ada Pérez Guevara), puesta en práctica también en Manzanita y su multiplicidad de frutas parlantes en el cuento de Don Julio Garmendia; se descubre también en las gallinas: la una voladora en el cuento de Antonio Trujillo, la otra fantasma, en el de Mercedes Franco, las frutas de Rosario Anzola en Cóctel de frutas, la Madre Naturaleza del cuento El Tapiz de Fanny Uzcátegui, en el de la diosa Uribí, madre de las palabras, del relato de María del Pilar Quintero; la sirenita de Armando José Sequera, o el grillo banquero del cuento de Velía Bosch, Colorín Colorado., de modo lírico el pájaro Cantaclaro, también creado por la naturaleza para combinar la perfección del canto con humildad y bondad en el relato de Carmen Delia Bencomo, Jimmy el muñeco, abierto al diálogo en el cuento de Teresa de la Parra: La señorita grano de polvo, o el hombre que hace y vende almohadas de distintos materiales que llevan a vivir distintos sueños, y terminan por darle fin a la guerra al lograr poner a soñar a todos sus soldados, en el cuento de Antonio Castro Avellaneda. Todas están narraciones nos hacen disfrutar de personajes mágicos que construyen mitos hablando de sus hazañas, y colocando el pie sobre la superficie terrestre solo para recordarnos la conciencia de lo real a los lectores.
La segunda cantera se refiere a otro modo de vivir la imaginación; la que nos llega por los sueños y las ilusiones sin necesidad de dimensionarse en personajes animados o fantásticos.
De esa circunstancia nacen cuentos como: Mi madre en un pueblito de recuerdos, en donde el poeta Aquiles Nazoa, enaltece la figura materna y la imagina subida al “elefante del libro Mantilla”. O la noticia del encuentro, por primera vez entre el caballo y el niño, como arquetipos, en el bello relato de Orlando Araujo. También incluiríamos allí el afán de la niña por besar a un sapo buscando a un príncipe, en el cuento de Mireya Tábuas o aquel en el cual la niña Corazón de Arepa se convierte literalmente en un corazón de arepa y descubre a Pedazo de Pan para casarse. Por último la ensoñación que transforma la realidad en El Barco Pirata de Jesús Urdaneta, donde los niños construyen su barco a través del juego y viven la aventura a cabalidad
En un tercer grupo están los cuentos nacidos del entorno, donde la ternura y la aventura surgen de una crónica compaginada en lo real, como Magnolia de Silvia Dioverti, en el que descubrimos la vida de una perrita bombera, o De cómo Panchito Mandefuá cenó con el niño Jesús, de José Rafael Pocaterra, que relata la Navidad de un niño de la calle, como cualquiera de los que hemos visto en el abandono y el olvido, el cuento “Había una vez una mamá” de María Luisa Lázaro, en el que la madre malhumorada y regañona descubre a través de su sueño que fue ella misma una niña, agobiada por una madre parecida a la que ahora personifica. O la historia de Estelita y su mamá, en el cuento de Fedosy Santaella, en la cual la realidad del divorcio trastoca el orden armónico del mundo; la historia de Fernando y su aprendizaje ante el mar como un gran juguete, en el cuento de Luiz Carlos Neves., donde se destaca el sentimiento de la amistad y la colaboración, igual que en el cuento de Cósimo Mandrillo, el recuerdo del abuelo es un ejemplo a seguir y los detalles de la mirada desde la visión del emigrante, como el abuelo Capitán descrito por Javier Sarabia en su relato. Y por último también en este grupo de relatos de paisaje real, El aquelarre de señora Muelas y la señora Morcilla, cuento de Laura Antillano, en el cual una niña descubre el derecho a la diferencia.
Pensamos, como lo señala la escritora Mercedes Franco (2006), que: “ Los libros que los niños más aprecian y que tienen un éxito intemporal, son libros escritos sin intencionalidad, sin estar “dirigidos” a ningún tipo de público”: Tenemos aquí cuentos de la fantasía y del mundo real, cuentos de ámbito rural y cuentos urbanos, cuentos devenidos de la leyenda y el mito y cuentos de corte humano y situacional.
Los autores que hemos seleccionado han escrito en el siglo XX y el XXI. Son por tanto contemporáneos. Estilos y enfoques son, sin embargo, muy variados. En algunos de ellos es primordial el lirismo, en otros lo es el humor; en la mayoría el cuento puede tener una lectura para el adulto y otra para el niño, lo que señala la riqueza posible del texto.
Ësta es, insistimos en ello, una selección entre muchos autores, si ampliamos el espectro muchos más podrían ser incluidos en una visión totalizadora de lo que consideramos hoy el cuento para niños en Venezuela, leamos este mosaico como una muestra representativa.
Los niños, con su espíritu de libertad y su inquieta sensibilidad darán las pautas finales. Comencemos con la lectura a disfrutar de esta aventura que nos llevará de las fronteras de lo posible y/a las de lo imposible con frescura inusitada.
Laura Antillano
2010
Leer a la orilla del cielo (2010) Compilación Laura Antillano.Antología de cuentos de autores venezolanos para niños.Fundación editorial El perro y la rana, Caracas.
Antología de cuentos venezolanos para niños
Presentación
Una antología de cuentos de autores venezolanos dirigida a los niños nos coloca en situación de elegir entre una gran cantidad de textos que se han venido escribiendo desde la constitución misma de Venezuela como nación y que obedecen a distintos modos de mirar y sentir el entorno y dirigirse a los niños, según la época y las corrientes sociales.
Hemos pensado en esta selección tomando en cuenta, los tópicos que por naturaleza son del agrado de los y las niñas y niños lectores, como dibujo de circunstancias, sentimientos y emociones, propios de su percepción de la realidad , las barreras del tiempo y los diversos usos del lenguaje que les corresponden enriquecen el conjunto, para recordarnos la universalidad del concepto del niño y la niña, como seres dispuestos a asombrarse frente a todo, y mantener una disposición natural a la esperanza y la curiosidad.
Si bien consideramos que la literatura se define por su tratamiento a través del lenguaje, y en el caso específico de la narrativa tendría que ver con el “hábil manejo de las secuencias de tiempo y espacio, que permita la comprensión de la historia”(…)la adecuada creación de personajes, pues es necesario que, aún cuando estos sean animales, seres humanos o fantásticos, transmitan fuerza y vitalidad, que estén bien definidos con características propias, se relacionen entre sí y evolucionen a través del desarrollo de la obra”(…) “y es de esperarse una acertada creación del ambiente o del mundo donde se desenvuelven estos personajes ,pues así sea real o fantástico, debe poseer una coherencia o lógica interna, que lo haga verosímil y convincente para el lector”(Maggi María Elena (1989)p.9).
Iniciamos nuestro comentario a partir de la organización de estos cuentos por tópicos y tratamiento. Comencemos por lo fantasioso en esta antología.
Veremos que la presencia de Los tropitrolls de Marissa Arroyal, se compagina con la animación de la fauna promovida en nuestras tradiciones por Tío Tigre y Tío Conejo ( en el cuento de Ada Pérez Guevara), puesta en práctica también en Manzanita y su multiplicidad de frutas parlantes en el cuento de Don Julio Garmendia; se descubre también en las gallinas: la una voladora en el cuento de Antonio Trujillo, la otra fantasma, en el de Mercedes Franco, las frutas de Rosario Anzola en Cóctel de frutas, la Madre Naturaleza del cuento El Tapiz de Fanny Uzcátegui, en el de la diosa Uribí, madre de las palabras, del relato de María del Pilar Quintero; la sirenita de Armando José Sequera, o el grillo banquero del cuento de Velía Bosch, Colorín Colorado., de modo lírico el pájaro Cantaclaro, también creado por la naturaleza para combinar la perfección del canto con humildad y bondad en el relato de Carmen Delia Bencomo, Jimmy el muñeco, abierto al diálogo en el cuento de Teresa de la Parra: La señorita grano de polvo, o el hombre que hace y vende almohadas de distintos materiales que llevan a vivir distintos sueños, y terminan por darle fin a la guerra al lograr poner a soñar a todos sus soldados, en el cuento de Antonio Castro Avellaneda. Todas están narraciones nos hacen disfrutar de personajes mágicos que construyen mitos hablando de sus hazañas, y colocando el pie sobre la superficie terrestre solo para recordarnos la conciencia de lo real a los lectores.
La segunda cantera se refiere a otro modo de vivir la imaginación; la que nos llega por los sueños y las ilusiones sin necesidad de dimensionarse en personajes animados o fantásticos.
De esa circunstancia nacen cuentos como: Mi madre en un pueblito de recuerdos, en donde el poeta Aquiles Nazoa, enaltece la figura materna y la imagina subida al “elefante del libro Mantilla”. O la noticia del encuentro, por primera vez entre el caballo y el niño, como arquetipos, en el bello relato de Orlando Araujo. También incluiríamos allí el afán de la niña por besar a un sapo buscando a un príncipe, en el cuento de Mireya Tábuas o aquel en el cual la niña Corazón de Arepa se convierte literalmente en un corazón de arepa y descubre a Pedazo de Pan para casarse. Por último la ensoñación que transforma la realidad en El Barco Pirata de Jesús Urdaneta, donde los niños construyen su barco a través del juego y viven la aventura a cabalidad
En un tercer grupo están los cuentos nacidos del entorno, donde la ternura y la aventura surgen de una crónica compaginada en lo real, como Magnolia de Silvia Dioverti, en el que descubrimos la vida de una perrita bombera, o De cómo Panchito Mandefuá cenó con el niño Jesús, de José Rafael Pocaterra, que relata la Navidad de un niño de la calle, como cualquiera de los que hemos visto en el abandono y el olvido, el cuento “Había una vez una mamá” de María Luisa Lázaro, en el que la madre malhumorada y regañona descubre a través de su sueño que fue ella misma una niña, agobiada por una madre parecida a la que ahora personifica. O la historia de Estelita y su mamá, en el cuento de Fedosy Santaella, en la cual la realidad del divorcio trastoca el orden armónico del mundo; la historia de Fernando y su aprendizaje ante el mar como un gran juguete, en el cuento de Luiz Carlos Neves., donde se destaca el sentimiento de la amistad y la colaboración, igual que en el cuento de Cósimo Mandrillo, el recuerdo del abuelo es un ejemplo a seguir y los detalles de la mirada desde la visión del emigrante, como el abuelo Capitán descrito por Javier Sarabia en su relato. Y por último también en este grupo de relatos de paisaje real, El aquelarre de señora Muelas y la señora Morcilla, cuento de Laura Antillano, en el cual una niña descubre el derecho a la diferencia.
Pensamos, como lo señala la escritora Mercedes Franco (2006), que: “ Los libros que los niños más aprecian y que tienen un éxito intemporal, son libros escritos sin intencionalidad, sin estar “dirigidos” a ningún tipo de público”: Tenemos aquí cuentos de la fantasía y del mundo real, cuentos de ámbito rural y cuentos urbanos, cuentos devenidos de la leyenda y el mito y cuentos de corte humano y situacional.
Los autores que hemos seleccionado han escrito en el siglo XX y el XXI. Son por tanto contemporáneos. Estilos y enfoques son, sin embargo, muy variados. En algunos de ellos es primordial el lirismo, en otros lo es el humor; en la mayoría el cuento puede tener una lectura para el adulto y otra para el niño, lo que señala la riqueza posible del texto.
Ësta es, insistimos en ello, una selección entre muchos autores, si ampliamos el espectro muchos más podrían ser incluidos en una visión totalizadora de lo que consideramos hoy el cuento para niños en Venezuela, leamos este mosaico como una muestra representativa.
Los niños, con su espíritu de libertad y su inquieta sensibilidad darán las pautas finales. Comencemos con la lectura a disfrutar de esta aventura que nos llevará de las fronteras de lo posible y/a las de lo imposible con frescura inusitada.
Laura Antillano
2010
Leer a la orilla del cielo (2010) Compilación Laura Antillano.Antología de cuentos de autores venezolanos para niños.Fundación editorial El perro y la rana, Caracas.
martes, 22 de febrero de 2011
Feria de Libertador, cine venezolano y otros condimentos
La Alcaldía de Libertador llevó a cabo una verdadera fiesta del libro en los espacios de Los Caobos y la Plaza de los Museos. Entre libros, foros y música fue un placer reencontrarse, con amigos como el poeta Juan Calzadilla, los narradores Gabriel Jiménez Emán, Wilfredo Machado, Orlando Chirinos, Armando José Sequera y mucha gente más, conocimos a la ganadora del Premio del Alba de novela, bastante reciente, Sol Linares, excelente narradora trujillana, leímos a Julio Borromé con su ensayo sobre la promoción a la lectura, titulado: “Escritos desde el monasterio”, delicioso texto pleno de referencialidad. Había movimiento y entusiasmo que ponen en evidencia la energía creativa de Freddy Yañez, Inés Ruiz y todo el equipo de FUNDARTE, el concierto de Calle 13 y Buena fé convocado en el espacio gratísimo del Parque fue uno de los aciertos principales del evento. Armando José Sequera intentó convencerme de que conocía a las golondrinas por sus gestos en día en que intentan emprender el vuelo por primera vez.
El desparpajo, las ganas de decir, la música vibrante y esplendida y esa riqueza de la palabra en el relato, en la construcción de la historia nueva, flotaba en el ambiente. Vimos en el nuevo lanzamiento del Fondo Editorial de Fundarte Cuentos de última noche de Esmeralda Torres, escritora del Oriente venezolano, descubrimos un libro nuevo de Luis Alberto Crespo: Sé. “cuídame de la razón cuando me crea viajero del mundo siguiente”. Conseguimos las crónicas de José Roberto Duque “Del 11 al 13, testimonios y grandes historias mínimas de abril de 2002” y el ensayo de Monsonyi y Bracho:”El rescate de la sabiduría indígena ancestral como aporte a un mundo nuevo”. La lluvia de vez en cuando se hacía sentir en una garuita que tomaba cuerpo y después amainaba, como respetando el entusiasmo general.
Otros motivos de alegría por estos días tienen su referencia en la ola de aplausos que está levantando el cine venezolano, pienso que nunca antes tuvimos salas llenas, tan llenas como para que se agotaran las entradas por varios días, con relación a películas nuestras. Eso está ocurriendo en distintas ciudades del país con películas como la conmovedora “Hermano” de Raskin, acerca de quien ya hemos hecho referencia, la “Eva Habana” de la reconocida Fina Torres, esperamos ahora “Taita Boves” de Luis Alberto Lamata, la que seguramente tendrá mucha acogida en las salas nacionales, por su estupenda factura y ya disfrutamos de “Cheila, una casa pa Maita”, película que aborda un tema interesante , bien actuada y con un guión interesante. Cine financiado por el CNAC (Centro Nacional de Cinematografia) y la Villa del Cine. Apúrense porque las colas en las salas son cada vez más largas y las entradas se terminan.
La identificación del venezolano con su cine y su literatura de un modo más eficaz y emotivo me ha llevado a pensar en una escritora nigeriana, Chimamanda Adichié, cuya conferencia titulada El peligro de una sola historia, está circulando en internet con una rapidez inusitada, en la cual de un modo muy sencillo ella explica lo referente al descubrirse diferente frente al discurso hegemónico del invasor en el ejercicio mismo del poder. Su análisis es esplendido, didáctico y de una sinceridad espeluznante, búsquenla. Simultáneamente la escritora sitúa en la literatura la validación de una circunstancia, que manteniendo la dualidad entre realidad y ficción o creación, se convierte en un acto de “devolver” al otro lo esencial de su circunstancia, con más claridad que un espejo.
La Venezuela de hoy en el espacio de su singularidad y metamorfosis puede encontrar en la Literatura y el Cine soportes válidos de la experiencia de conocernos.
Y hasta dentro de 15 días.
Laura Antillano
El desparpajo, las ganas de decir, la música vibrante y esplendida y esa riqueza de la palabra en el relato, en la construcción de la historia nueva, flotaba en el ambiente. Vimos en el nuevo lanzamiento del Fondo Editorial de Fundarte Cuentos de última noche de Esmeralda Torres, escritora del Oriente venezolano, descubrimos un libro nuevo de Luis Alberto Crespo: Sé. “cuídame de la razón cuando me crea viajero del mundo siguiente”. Conseguimos las crónicas de José Roberto Duque “Del 11 al 13, testimonios y grandes historias mínimas de abril de 2002” y el ensayo de Monsonyi y Bracho:”El rescate de la sabiduría indígena ancestral como aporte a un mundo nuevo”. La lluvia de vez en cuando se hacía sentir en una garuita que tomaba cuerpo y después amainaba, como respetando el entusiasmo general.
Otros motivos de alegría por estos días tienen su referencia en la ola de aplausos que está levantando el cine venezolano, pienso que nunca antes tuvimos salas llenas, tan llenas como para que se agotaran las entradas por varios días, con relación a películas nuestras. Eso está ocurriendo en distintas ciudades del país con películas como la conmovedora “Hermano” de Raskin, acerca de quien ya hemos hecho referencia, la “Eva Habana” de la reconocida Fina Torres, esperamos ahora “Taita Boves” de Luis Alberto Lamata, la que seguramente tendrá mucha acogida en las salas nacionales, por su estupenda factura y ya disfrutamos de “Cheila, una casa pa Maita”, película que aborda un tema interesante , bien actuada y con un guión interesante. Cine financiado por el CNAC (Centro Nacional de Cinematografia) y la Villa del Cine. Apúrense porque las colas en las salas son cada vez más largas y las entradas se terminan.
La identificación del venezolano con su cine y su literatura de un modo más eficaz y emotivo me ha llevado a pensar en una escritora nigeriana, Chimamanda Adichié, cuya conferencia titulada El peligro de una sola historia, está circulando en internet con una rapidez inusitada, en la cual de un modo muy sencillo ella explica lo referente al descubrirse diferente frente al discurso hegemónico del invasor en el ejercicio mismo del poder. Su análisis es esplendido, didáctico y de una sinceridad espeluznante, búsquenla. Simultáneamente la escritora sitúa en la literatura la validación de una circunstancia, que manteniendo la dualidad entre realidad y ficción o creación, se convierte en un acto de “devolver” al otro lo esencial de su circunstancia, con más claridad que un espejo.
La Venezuela de hoy en el espacio de su singularidad y metamorfosis puede encontrar en la Literatura y el Cine soportes válidos de la experiencia de conocernos.
Y hasta dentro de 15 días.
Laura Antillano
domingo, 18 de abril de 2010
Si tu me miras de Laura Antillano por Eloi Yague
Si tú me miras, de Laura Antillano
Buenas tardes. Me ha tocado el inmenso honor de presentar la más reciente novela de Laura Antillano. Es un honor, repito, porque la Feria del Libro está dedicada a ella y es un reto también porque Laura es muy conocida y es difícil aportar cosas nuevas sobre su ya vasta obra. Pero como nunca está de más, voy a intentarlo.
Laura es una de nuestras escritoras más más prolíficas, ha incursionado en el cuento, la novela, el ensayo y la narrativa infantil. Su producción literaria se inicia cuando apenas salía de la adolescencia y continúa en actividad. Como narradora ha publicado siete libros de cuentos: La bella época (Caracas: Monte Ávila, 1969), Un largo carro se llama tren (Caracas: Monte Ávila, 1975), Haticos casa No. 20 (Maracaibo: Universidad del Zulia, 1975), Dime si adentro de ti no oyes tu corazón partir (Caracas: Fundarte, 1983; reeditado en 1992), Cuentos de película (Selevén: Caracas, 1985; reeditado en 1997 en Caracas por la Fundación Cinemateca Nacional), La luna no es de pan-de-horno (Caracas; Monte Ávila, 1988), Tuna de mar (Caracas: Fundarte, 1991). Tiene tres novelas: La muerte del monstruo come-piedra (Caracas: Monte Ávila, 1971; reeditado en 1996 en Maracay por La letra voladora), Perfume de gardenia (Caracas: Selevén, 1982 y 1984; con una tercera edición en 1996 en Valencia, por el Rectorado de la Universidad de Carabobo y La letra voladora) y Solitaria solidaria (Caracas: Planeta, 1990; reeditada en 2001 en Mérida por Ediciones El otro, el mismo). Ha publicado también el hermoso relato infantil Diana en tierra Wayúu (Caracas: Santillana, 1992). Además tiene otro libro de cuentos y dos novelas inéditos.
Bueno lo anterior me lo he fusilado de la página web de la escritora que les recomiendo la visiten porque es muy bella y está bien organizada. Lo que puedo decir de esta nueva novela: Si tú me miras, es que en ella Laura hace honor a su apellido. En efecto, esta es una novela antillana, una novela en la que se respira el aire del Caribe por los cuatro costados. La anécdota es sencilla: Una mamá y sus dos hijas adolescentes se van de vacaciones a Margarita. Lo que María Cecilia , la mamá, no sabe es que sus hijas Mafer y Maricris le han estado bsucando novio por internet, un tal Ramón Leiziaga, y que lo van a encontrar allí en la isla maravillosa, tras muchas peripecias. Lo que más me gusta de esta novela es que combina muchas cosas: por un lado es una novela romántica, por otra parte es de aventuras y, además, es una novela en homenaje al escritor valenciano Enrique Bernardo Núñez y a Cubagua, su obra maestra, esa novela que pone de cabeza a los estudiantes de literatura por la dificultad que encierra su lectura pero que a la vez es tan importante para comprender nuestra literatura contemporánea. Los personajes de Cubagua entran y salen de Si tú me miras con toda confianza: allí están Leiziaga, Nila Cálice, Malavé y hasta el historiador Mendoza. Allí, de alguna manera, entre las escaleras clausuradas del Hotel Bella Vista, se cuelan los resquicios de la historia, esa historia que no pudo ser arrasada por la modernidad y que esconde el secreto de la tierra en el areyto para invocar a Vocchi.
Laura logra componer una novela que puede interesar al público adolescente y eso de por sí es un gran logro. Para ello echa mano de recusos que cualquier muchacho o muchacha puede entender como la relación por internet, las apasionadas cartas que intercambian Mafer y su novio Julio César y que aparecen entremezcladas en los capítulos, un reflejo de los mensajes que las chicas, escondidas bajo el seudónimo de Alga Marina, escribían al novio anónimo que le buscaron a su mamá por internet. Estos son los tiempos en que muchas veces los muchachos demuestran mayor madurez que los adultos en muchas cosas. De esta manera se entremezcla el pasado con el presente, desde la más antigua referencia al pasado caribe hasta la más avanzada forma de comunicación con que contamos.
Pero disculpen, no pretendo intelectualizar demasiado una novela que ante todo es una refrescante invitación a la lectura. Me gusta también el hecho de que hay conflictos pero ellos se resuelven mediante el amor, la solidaridad y el compañerismo de unos seres que apuestan por la transparencia y por un futuro mejor para todos. Por si fuera poco está la figura de María Cecilia. La mamá de las chicas, ictióloga de profesión, estudiosa de peces y fauna marina, es ante todo una mujer íntegra, que no duda en luchar por su ideales poniéndose del lado de los pescadores que aspiran ponerle coto a una empresa pesquera que acaba con la fauna marina mediante la pesca de arrastre. En ese sentido, María Cecilia es una mujer valiente y amorosa, como La Tuna, esa mujer pirata nacida y criada en Maracaibo cuyo destino fue surcar las aguas del Caribe en pos de su amado el hijo del Olonés, protagonizando páginas estelares en la novela de aventuras Las aguas tenían un reflejo de plata, publicada originalmente en 2002 y reeditada en 2005.
Por todo esto yo me siento muy feliz de estar aquí esta noche con todos ustedes y con Laura, pues me parece que es una escritora que escribe como cuando era adolescente, nunca ha perdido ni perderá la frescura, que es la base de una escritura que realmente se conecte y se comunique con el mundo infantil y adolescente, el cual es más complicado de lo que parece y si no lo creen traten de recordar por ejemplo el primer amor que vivimos y todos los problemas que nos trajo. Laura Antillano es una escritora que valora el sentido lúdico de la literatura, es juguetona y profunda a la vez, dotada de una gran imaginación y la capacidad de componer relatos y novelas que transmiten valores humanísticos y ecológicos. Por eso te digo Laura, serás solidaria pero no estás solitaria en esta tarea. El mejor regalo que le podemos dara a Laura es leer sus cuentos y novelas una y otra vez y apoyarla para que no muera el Encuentro con la Literatura Infantil que cada año organiza en Valencia. Muchas gracias.
Eloi Yagüe Jarque, Caracas 13-11-2007.
Buenas tardes. Me ha tocado el inmenso honor de presentar la más reciente novela de Laura Antillano. Es un honor, repito, porque la Feria del Libro está dedicada a ella y es un reto también porque Laura es muy conocida y es difícil aportar cosas nuevas sobre su ya vasta obra. Pero como nunca está de más, voy a intentarlo.
Laura es una de nuestras escritoras más más prolíficas, ha incursionado en el cuento, la novela, el ensayo y la narrativa infantil. Su producción literaria se inicia cuando apenas salía de la adolescencia y continúa en actividad. Como narradora ha publicado siete libros de cuentos: La bella época (Caracas: Monte Ávila, 1969), Un largo carro se llama tren (Caracas: Monte Ávila, 1975), Haticos casa No. 20 (Maracaibo: Universidad del Zulia, 1975), Dime si adentro de ti no oyes tu corazón partir (Caracas: Fundarte, 1983; reeditado en 1992), Cuentos de película (Selevén: Caracas, 1985; reeditado en 1997 en Caracas por la Fundación Cinemateca Nacional), La luna no es de pan-de-horno (Caracas; Monte Ávila, 1988), Tuna de mar (Caracas: Fundarte, 1991). Tiene tres novelas: La muerte del monstruo come-piedra (Caracas: Monte Ávila, 1971; reeditado en 1996 en Maracay por La letra voladora), Perfume de gardenia (Caracas: Selevén, 1982 y 1984; con una tercera edición en 1996 en Valencia, por el Rectorado de la Universidad de Carabobo y La letra voladora) y Solitaria solidaria (Caracas: Planeta, 1990; reeditada en 2001 en Mérida por Ediciones El otro, el mismo). Ha publicado también el hermoso relato infantil Diana en tierra Wayúu (Caracas: Santillana, 1992). Además tiene otro libro de cuentos y dos novelas inéditos.
Bueno lo anterior me lo he fusilado de la página web de la escritora que les recomiendo la visiten porque es muy bella y está bien organizada. Lo que puedo decir de esta nueva novela: Si tú me miras, es que en ella Laura hace honor a su apellido. En efecto, esta es una novela antillana, una novela en la que se respira el aire del Caribe por los cuatro costados. La anécdota es sencilla: Una mamá y sus dos hijas adolescentes se van de vacaciones a Margarita. Lo que María Cecilia , la mamá, no sabe es que sus hijas Mafer y Maricris le han estado bsucando novio por internet, un tal Ramón Leiziaga, y que lo van a encontrar allí en la isla maravillosa, tras muchas peripecias. Lo que más me gusta de esta novela es que combina muchas cosas: por un lado es una novela romántica, por otra parte es de aventuras y, además, es una novela en homenaje al escritor valenciano Enrique Bernardo Núñez y a Cubagua, su obra maestra, esa novela que pone de cabeza a los estudiantes de literatura por la dificultad que encierra su lectura pero que a la vez es tan importante para comprender nuestra literatura contemporánea. Los personajes de Cubagua entran y salen de Si tú me miras con toda confianza: allí están Leiziaga, Nila Cálice, Malavé y hasta el historiador Mendoza. Allí, de alguna manera, entre las escaleras clausuradas del Hotel Bella Vista, se cuelan los resquicios de la historia, esa historia que no pudo ser arrasada por la modernidad y que esconde el secreto de la tierra en el areyto para invocar a Vocchi.
Laura logra componer una novela que puede interesar al público adolescente y eso de por sí es un gran logro. Para ello echa mano de recusos que cualquier muchacho o muchacha puede entender como la relación por internet, las apasionadas cartas que intercambian Mafer y su novio Julio César y que aparecen entremezcladas en los capítulos, un reflejo de los mensajes que las chicas, escondidas bajo el seudónimo de Alga Marina, escribían al novio anónimo que le buscaron a su mamá por internet. Estos son los tiempos en que muchas veces los muchachos demuestran mayor madurez que los adultos en muchas cosas. De esta manera se entremezcla el pasado con el presente, desde la más antigua referencia al pasado caribe hasta la más avanzada forma de comunicación con que contamos.
Pero disculpen, no pretendo intelectualizar demasiado una novela que ante todo es una refrescante invitación a la lectura. Me gusta también el hecho de que hay conflictos pero ellos se resuelven mediante el amor, la solidaridad y el compañerismo de unos seres que apuestan por la transparencia y por un futuro mejor para todos. Por si fuera poco está la figura de María Cecilia. La mamá de las chicas, ictióloga de profesión, estudiosa de peces y fauna marina, es ante todo una mujer íntegra, que no duda en luchar por su ideales poniéndose del lado de los pescadores que aspiran ponerle coto a una empresa pesquera que acaba con la fauna marina mediante la pesca de arrastre. En ese sentido, María Cecilia es una mujer valiente y amorosa, como La Tuna, esa mujer pirata nacida y criada en Maracaibo cuyo destino fue surcar las aguas del Caribe en pos de su amado el hijo del Olonés, protagonizando páginas estelares en la novela de aventuras Las aguas tenían un reflejo de plata, publicada originalmente en 2002 y reeditada en 2005.
Por todo esto yo me siento muy feliz de estar aquí esta noche con todos ustedes y con Laura, pues me parece que es una escritora que escribe como cuando era adolescente, nunca ha perdido ni perderá la frescura, que es la base de una escritura que realmente se conecte y se comunique con el mundo infantil y adolescente, el cual es más complicado de lo que parece y si no lo creen traten de recordar por ejemplo el primer amor que vivimos y todos los problemas que nos trajo. Laura Antillano es una escritora que valora el sentido lúdico de la literatura, es juguetona y profunda a la vez, dotada de una gran imaginación y la capacidad de componer relatos y novelas que transmiten valores humanísticos y ecológicos. Por eso te digo Laura, serás solidaria pero no estás solitaria en esta tarea. El mejor regalo que le podemos dara a Laura es leer sus cuentos y novelas una y otra vez y apoyarla para que no muera el Encuentro con la Literatura Infantil que cada año organiza en Valencia. Muchas gracias.
Eloi Yagüe Jarque, Caracas 13-11-2007.
sábado, 29 de marzo de 2008
Laura mirada desde cerca por Orlando Chirinos
Laura mirada desde cerca
Martes siete am: al parecer lo muy temprano de la hora, no es obstáculo para que las personas que laboran o estudian en la Facultad de Educación de la Universidad de Carabobo estén ya en su respectivo sitio. El septiembre de 1976 anuncia en su frescor el agradable frío de diciembre. Cruzo frente al cafetín del señor Moreno e ignoro, no sin dolor, la tentación de un café bien cargado. Oigo desde ya las risas de Migdalia, Norka Bello, Maricarmen y Francisco Liccioni. Apuro el paso, quiero estar en la primera fila para contemplar y dolerme con Edipo en su desgracia, en el inicio de la clase de hoy: La tragedia griega, de regreso de la épica del caso: Aquiles, Héctor. Me gusta como ella conduce el curso, nos gusta. Es delgada, muy delgada, tiene esa voz suave, esos gestos y movimientos lentos que pueden llamar a engaño a algunos: en el fondo presiento a un ser firme en sus convicciones, demuestra seguridad en los conocimientos que maneja. Ahora no lo sabe, y el grupo tampoco, pero dentro de un año será merecedora del Premio del Concurso Anual de Cuentos del diario El Nacional, con un título que me hará recordar, con lágrimas nostálgicas incluidas, a Raquel, mi madre.
Todavía carga el desasosiego, la rabia y la pena que se colaron en su equipaje, en el avión militar que la trajo, junto con otros venezolanos, desde Chile, tras la felonía cometida contra Allende. Claro, eso no empaña el entusiasmo, ni el coraje, ni la alegría inmensa que desbordan sus ojos negros y se le hacen sonrisa cuando celebra con sus alumnos un poema de Teófilo Tortolero: “El día termina con una llamarada/ sobre el mantel nuestra cena fue devorada/ Por los muertos/ Quiénes son ellos/ Aprisionados en el aire de estos lares/ Cansados de cruzar los campos de merinos?/ Nada sabemos de su suerte/ Mas cuando alguna vez seguimos el rastro/ Que va a las sementeras/ Creemos percibir las voces/ De nuestros amigos”.
Jueves, después de la clase de Literatura Venezolana I: acodados en el mostrador Alcides Viña y yo, intercambiamos opiniones sobre los estudios de Lengua y Literatura, Laura cruza el pasillo, allá lejos. En la tarde escribiré, después de la lectura de La imagen, un cuento suyo de 1969: He leído este relato de Laura Antillano. Me llama la atención la forma como el narrador toma distancia del texto. Comienza con una descripción de “Una fotografía pequeña, borrosa, arrugada, cruzada por líneas amarillentas y oblicuas”. El artificio trasciende su carácter funcional y va más allá: creo no equivocarme si digo que todo apunta a la humana lucha contra el tiempo. La imagen congelada es el tiempo detenido. Es el tiempo vertical, poético del que habla Gaston Bachelard.
Pero, el tiempo lineal, horizontal, el que se lee en segundos, minutos, horas, días, semanas, meses y años, convertido ahora en materia poética, es la gran placenta donde se va a cobijar el espacio. Los espacios aquellos donde alguna vez alguien fue feliz: “El sitio: un parque cubierto de césped. En el centro, una dama con vestido amplio, de puños y cuello cerrado; un gran sombrero lleno de cintas y plumas, una sonrisa radiante”. Luego: “Está arrodillada y su mano acaricia suavemente un perro altivo, señorial. El armario es bastante alto, con dos puertas y un frontón tallado de arabescos (…). Sobre el estante, un paquete de cartas ilegibles, deterioradas por el tiempo, rodeado por una cinta roja. Luego, la cesta de estambre y las agujas, un frasco de ‘Verdiver’, una edición rústica, dañada por el uso, de la Biblia”.
En el desarrollo del cuento se volverá a utilizar el instrumento descriptivo. Siento, sé, estoy convencido de que no hay nada gratuito aquí: esas pequeñas presencias le están hablando al lector desde su auténtica naturaleza. Algún día Georg Lukács, a propósito de estas enumeraciones descriptivas, me va a decir que: “La novela del siglo XVIII (Lesage, Voltaire) apenas conocía la descripción, que cumplía allí la función mínima, más que secundaria. La situación cambia recién con el romanticismo. Balzac pone de relieve que la tendencia literaria a la cual representa y que a su criterio ha sido fundada por Walter Scott, asigna una importancia mayor a la descripción”.
Reseñados los minúsculos (pero no menos importantes) objetos, el discurso se verá inundado por el amado espacio de la casa: “una vieja mansión”, con “un patio frondoso y aromático”, “el sabor dulce de los higos”, “un largo corredor”, “la mecedora”, “la poltrona”, “los retratos del difunto”, “la biblioteca”, mas… “todo en un estado lamentable”. Me toca, y mucho, ese aire de decadencia física del personaje, lo sigo en su caída vital en esa “metamorfosis destructiva, ilocalizable”, me acongoja ver a la mujer “demacrada, con los pómulos salientes” y “el cabello larguísimo (que) contrastaba siniestramente con la tez amarilla, demasiado amarilla” hasta que “se hizo borroso, se extinguió”. Me toca como lector sensible que soy, pero entreveo en esa misma decadencia, en esas mismas ruinas, lo que María Zambrano valora como un triunfo del devenir más humano y más sagrado: “toda ruina tiene algo de templo; es por lo tanto un lugar sagrado. Lugar sagrado porque encarna la ligazón inexorable de la vida con la muerte (…). Lugar sagrado donde el tiempo transcurre con otro ritmo que el que rige más allá, a unos metros tan sólo, donde la actualidad se agita”.
Septiembre de 1977, quizás viernes, después del ritual del café en el sitio de Peppe: acabo de concluir la lectura (con lágrimas nostálgicas incluidas) de La luna no es pan de horno. Sentados bajo El Manguito, en el sector “A” de la Facultad de Educación. Francisco Liccioni y Nelson Suárez desenfundan primero: cada uno blande, con ese orgullo que da el triunfo de los verdaderos amigos, el cuento que este año ha ganado el concurso de cuentos de El Nacional. Les digo que son hombres muertos: desde hace rato, antes de que ellos llegaran, tengo desplegado sobre la mesa el relato nombrado. El receso de agosto se interpuso en el contacto semanal, pero aquí estamos de nuevo congregados alrededor de un cigarrillo y una taza. Más tarde nos vamos a acercar al Departamento de Lengua y Literatura: rostros conocidos, presencias queridas: profesores de las distintas cátedras: Esther Fernández, Luisa Pla, Manuel Navarro, entre otros. El corazón es una fiesta. Juro que, aunque a distancia, yo estuve en la recepción en Caracas, en la entrega del premio. Juro, también, que soy un personaje del universo de esa luna que no es “pan de horno”, sino “de piedra y fuego, dura, insensible”. Juro que me atrae y me identifico con la valentía que se despliega al asumir la toponimia que asienta a algunas regiones del país: Maracaibo, Bobures, Barcelona, Uchire, Clarines, Cumaná, Puerto La Cruz, el río Manzanares, la vieja urbanización de El Silencio, en Caracas. Y digo valentía, por ese recato, vergüenza o pudor de ciertos narradores venezolanos que los lleva a no mencionar lo que ya la realidad ha fundado, establecido y refrendado.
Sábado, en una playa de Puerto Cabello: qué bueno toparme, en este cuento de Laura Antillano, con la sabrosa sentimentalidad latinoamericana: ya en la primera página estaba escuchando las canciones de Agustín Lara, la voz de Toña La Negra y me instalé en el corazón de los años cuarenta y cincuenta, me mudé a la vecindad de Los Panchos y Leo Marini. Me luce magistral la seguridad con la que la autora sortea el riesgo de lo cursi y construye un texto que va más allá de lo doméstico, lo cotidiano, hasta llevarlo al plano de lo universal. Es una sabia lección de cómo hacer para enaltecer lo trivial, lo pequeño. Jamás “las florecitas de bellalasonce, los encurtidos (…), los porrones de flores blancas (…), la enredadera de nomeolvides (…), los juguetes de cuerdas” habían cobrado tanta relevancia en un cuento, como ahora. Para mí mismo: me prometo preguntarle a Laura, si conoce de su época en Maracaibo, a gente amiga y militante como Arsenio Bermúdez (El Negro Pepe), Tito Núñez Silva, Néstor Bravo, Folleto y otros.
Domingo siguiente, antes de leer los diarios y anotado sin orden riguroso: el desgarramiento interior, la desesperanza, la ausencia y lo inconcluso son el objeto de interés en La luna no es pan de horno. Su final me lo va a confirmar: “… le digo que nos dejó como legado la desesperanza, porque no ha habido nada como ahogarse en esta ausencia, en esta sensación de lo inconcluso”. Hay una noción de lo circular, es una especie de búsqueda de la armonía de asuntos de signo contrario: un tiempo pasado versus un tiempo presente. Generalizando, y sin tomar en cuenta las particularidades de algunas situaciones propias de la existencia de los personajes más destacados del cuento (construido con la concurrencia de sus cosas más cercanas), el pasado es el tiempo de la felicidad y se opone al presente, el tiempo de la infelicidad. Nadie debe confundir, aun cuando existan datos que podrían ser considerados como autobiográficos, la afectividad y apego del narrador (narradora) con los del autor (autora). Me gustaría escribir un cuento de esta índole. Es efectivo el uso del diminutivo, para redondear la idea de un clima amoroso. La figura de la madre evocada no podría existir sin las presencias que conviven dentro de la casa, entendida en el sentido de refugio, de acogedor nido. El discurso narrativo va, sin violencia y de una manera imperceptible, de lo pretérito al ahora. Sin duda que hay la creación de una atmósfera. Me impresiona esa cercanía-lejanía que maneja el personaje: mostrarse involucrado con las situaciones descritas, pero sin dejarse arrastrar por la sensiblería.
Nota: La luna no es pan de horno continua alumbrando sobre el grupo. Alcides Nelson y yo nos hemos instalado a brindar repetidas veces por la larga vida del relato y la autora. Salud.
Miércoles: un aguacero fuera de temporada me ha encerrado en casa ¡Tantas cosas que hacer y yo aquí! sin poder salir, bajo pena de que se me complique la gripe que me ha tomado por sorpresa a partir del domingo último. Vuelvo sobre los libros de los amigos: la edición es de 1988. El título es el de cuento El Nacional. El sello es de Monte Ávila. Me simpatiza uno de los epígrafes de Con los ojos abiertos: “Soy la sombra de una pena”, parte de la letra de una canción interpretada por José Feliciano. Me detengo en Daguerrotipo del príncipe en sepia: releo las anotaciones que en su oportunidad hice: “Reiteración de una frase o de varias frases para avanzar en el relato”. Otra: “Digresión de un personaje para ir al pasado”. O: “Introducción de elementos extraliterarios en el discurso”. O: “Regreso al pasado (¿es Guillermo Meneses quién lo denomina “pasado activo”?)”, anotado con mi letras de garabatos. Un agregado: “El relato se estructura sobre tres objetos, sobre tres nombres, y, combinándolos, permutándolos en un tono evocativo-amoroso, se inicia y se desarrolla en la angustia de los personajes y, finalmente, desemboca donde ha comenzado: unos ojos, la lluvia y el fondo de unos balcones citadinos”.
Sí, Laura le es fiel a su escritura, me digo y miro hacia Las aguas tenían reflejos de plata. Repaso la dedicatoria: “Para Orlando, con la admiración y el eterno cariño por su literatura, su sensibilidad y su amistad”. Espero atravesar pronto y bien, el territorio éste del quebranto gripal para recorrer el golfo de Venecia, o Golfo de Coquivacoa, ese que desde “1498 fue mentado lago y Puerto de San Bartolomé”. Lo mejor de todo es que también somos consecuentes en la amistad.
Orlando
Martes siete am: al parecer lo muy temprano de la hora, no es obstáculo para que las personas que laboran o estudian en la Facultad de Educación de la Universidad de Carabobo estén ya en su respectivo sitio. El septiembre de 1976 anuncia en su frescor el agradable frío de diciembre. Cruzo frente al cafetín del señor Moreno e ignoro, no sin dolor, la tentación de un café bien cargado. Oigo desde ya las risas de Migdalia, Norka Bello, Maricarmen y Francisco Liccioni. Apuro el paso, quiero estar en la primera fila para contemplar y dolerme con Edipo en su desgracia, en el inicio de la clase de hoy: La tragedia griega, de regreso de la épica del caso: Aquiles, Héctor. Me gusta como ella conduce el curso, nos gusta. Es delgada, muy delgada, tiene esa voz suave, esos gestos y movimientos lentos que pueden llamar a engaño a algunos: en el fondo presiento a un ser firme en sus convicciones, demuestra seguridad en los conocimientos que maneja. Ahora no lo sabe, y el grupo tampoco, pero dentro de un año será merecedora del Premio del Concurso Anual de Cuentos del diario El Nacional, con un título que me hará recordar, con lágrimas nostálgicas incluidas, a Raquel, mi madre.
Todavía carga el desasosiego, la rabia y la pena que se colaron en su equipaje, en el avión militar que la trajo, junto con otros venezolanos, desde Chile, tras la felonía cometida contra Allende. Claro, eso no empaña el entusiasmo, ni el coraje, ni la alegría inmensa que desbordan sus ojos negros y se le hacen sonrisa cuando celebra con sus alumnos un poema de Teófilo Tortolero: “El día termina con una llamarada/ sobre el mantel nuestra cena fue devorada/ Por los muertos/ Quiénes son ellos/ Aprisionados en el aire de estos lares/ Cansados de cruzar los campos de merinos?/ Nada sabemos de su suerte/ Mas cuando alguna vez seguimos el rastro/ Que va a las sementeras/ Creemos percibir las voces/ De nuestros amigos”.
Jueves, después de la clase de Literatura Venezolana I: acodados en el mostrador Alcides Viña y yo, intercambiamos opiniones sobre los estudios de Lengua y Literatura, Laura cruza el pasillo, allá lejos. En la tarde escribiré, después de la lectura de La imagen, un cuento suyo de 1969: He leído este relato de Laura Antillano. Me llama la atención la forma como el narrador toma distancia del texto. Comienza con una descripción de “Una fotografía pequeña, borrosa, arrugada, cruzada por líneas amarillentas y oblicuas”. El artificio trasciende su carácter funcional y va más allá: creo no equivocarme si digo que todo apunta a la humana lucha contra el tiempo. La imagen congelada es el tiempo detenido. Es el tiempo vertical, poético del que habla Gaston Bachelard.
Pero, el tiempo lineal, horizontal, el que se lee en segundos, minutos, horas, días, semanas, meses y años, convertido ahora en materia poética, es la gran placenta donde se va a cobijar el espacio. Los espacios aquellos donde alguna vez alguien fue feliz: “El sitio: un parque cubierto de césped. En el centro, una dama con vestido amplio, de puños y cuello cerrado; un gran sombrero lleno de cintas y plumas, una sonrisa radiante”. Luego: “Está arrodillada y su mano acaricia suavemente un perro altivo, señorial. El armario es bastante alto, con dos puertas y un frontón tallado de arabescos (…). Sobre el estante, un paquete de cartas ilegibles, deterioradas por el tiempo, rodeado por una cinta roja. Luego, la cesta de estambre y las agujas, un frasco de ‘Verdiver’, una edición rústica, dañada por el uso, de la Biblia”.
En el desarrollo del cuento se volverá a utilizar el instrumento descriptivo. Siento, sé, estoy convencido de que no hay nada gratuito aquí: esas pequeñas presencias le están hablando al lector desde su auténtica naturaleza. Algún día Georg Lukács, a propósito de estas enumeraciones descriptivas, me va a decir que: “La novela del siglo XVIII (Lesage, Voltaire) apenas conocía la descripción, que cumplía allí la función mínima, más que secundaria. La situación cambia recién con el romanticismo. Balzac pone de relieve que la tendencia literaria a la cual representa y que a su criterio ha sido fundada por Walter Scott, asigna una importancia mayor a la descripción”.
Reseñados los minúsculos (pero no menos importantes) objetos, el discurso se verá inundado por el amado espacio de la casa: “una vieja mansión”, con “un patio frondoso y aromático”, “el sabor dulce de los higos”, “un largo corredor”, “la mecedora”, “la poltrona”, “los retratos del difunto”, “la biblioteca”, mas… “todo en un estado lamentable”. Me toca, y mucho, ese aire de decadencia física del personaje, lo sigo en su caída vital en esa “metamorfosis destructiva, ilocalizable”, me acongoja ver a la mujer “demacrada, con los pómulos salientes” y “el cabello larguísimo (que) contrastaba siniestramente con la tez amarilla, demasiado amarilla” hasta que “se hizo borroso, se extinguió”. Me toca como lector sensible que soy, pero entreveo en esa misma decadencia, en esas mismas ruinas, lo que María Zambrano valora como un triunfo del devenir más humano y más sagrado: “toda ruina tiene algo de templo; es por lo tanto un lugar sagrado. Lugar sagrado porque encarna la ligazón inexorable de la vida con la muerte (…). Lugar sagrado donde el tiempo transcurre con otro ritmo que el que rige más allá, a unos metros tan sólo, donde la actualidad se agita”.
Septiembre de 1977, quizás viernes, después del ritual del café en el sitio de Peppe: acabo de concluir la lectura (con lágrimas nostálgicas incluidas) de La luna no es pan de horno. Sentados bajo El Manguito, en el sector “A” de la Facultad de Educación. Francisco Liccioni y Nelson Suárez desenfundan primero: cada uno blande, con ese orgullo que da el triunfo de los verdaderos amigos, el cuento que este año ha ganado el concurso de cuentos de El Nacional. Les digo que son hombres muertos: desde hace rato, antes de que ellos llegaran, tengo desplegado sobre la mesa el relato nombrado. El receso de agosto se interpuso en el contacto semanal, pero aquí estamos de nuevo congregados alrededor de un cigarrillo y una taza. Más tarde nos vamos a acercar al Departamento de Lengua y Literatura: rostros conocidos, presencias queridas: profesores de las distintas cátedras: Esther Fernández, Luisa Pla, Manuel Navarro, entre otros. El corazón es una fiesta. Juro que, aunque a distancia, yo estuve en la recepción en Caracas, en la entrega del premio. Juro, también, que soy un personaje del universo de esa luna que no es “pan de horno”, sino “de piedra y fuego, dura, insensible”. Juro que me atrae y me identifico con la valentía que se despliega al asumir la toponimia que asienta a algunas regiones del país: Maracaibo, Bobures, Barcelona, Uchire, Clarines, Cumaná, Puerto La Cruz, el río Manzanares, la vieja urbanización de El Silencio, en Caracas. Y digo valentía, por ese recato, vergüenza o pudor de ciertos narradores venezolanos que los lleva a no mencionar lo que ya la realidad ha fundado, establecido y refrendado.
Sábado, en una playa de Puerto Cabello: qué bueno toparme, en este cuento de Laura Antillano, con la sabrosa sentimentalidad latinoamericana: ya en la primera página estaba escuchando las canciones de Agustín Lara, la voz de Toña La Negra y me instalé en el corazón de los años cuarenta y cincuenta, me mudé a la vecindad de Los Panchos y Leo Marini. Me luce magistral la seguridad con la que la autora sortea el riesgo de lo cursi y construye un texto que va más allá de lo doméstico, lo cotidiano, hasta llevarlo al plano de lo universal. Es una sabia lección de cómo hacer para enaltecer lo trivial, lo pequeño. Jamás “las florecitas de bellalasonce, los encurtidos (…), los porrones de flores blancas (…), la enredadera de nomeolvides (…), los juguetes de cuerdas” habían cobrado tanta relevancia en un cuento, como ahora. Para mí mismo: me prometo preguntarle a Laura, si conoce de su época en Maracaibo, a gente amiga y militante como Arsenio Bermúdez (El Negro Pepe), Tito Núñez Silva, Néstor Bravo, Folleto y otros.
Domingo siguiente, antes de leer los diarios y anotado sin orden riguroso: el desgarramiento interior, la desesperanza, la ausencia y lo inconcluso son el objeto de interés en La luna no es pan de horno. Su final me lo va a confirmar: “… le digo que nos dejó como legado la desesperanza, porque no ha habido nada como ahogarse en esta ausencia, en esta sensación de lo inconcluso”. Hay una noción de lo circular, es una especie de búsqueda de la armonía de asuntos de signo contrario: un tiempo pasado versus un tiempo presente. Generalizando, y sin tomar en cuenta las particularidades de algunas situaciones propias de la existencia de los personajes más destacados del cuento (construido con la concurrencia de sus cosas más cercanas), el pasado es el tiempo de la felicidad y se opone al presente, el tiempo de la infelicidad. Nadie debe confundir, aun cuando existan datos que podrían ser considerados como autobiográficos, la afectividad y apego del narrador (narradora) con los del autor (autora). Me gustaría escribir un cuento de esta índole. Es efectivo el uso del diminutivo, para redondear la idea de un clima amoroso. La figura de la madre evocada no podría existir sin las presencias que conviven dentro de la casa, entendida en el sentido de refugio, de acogedor nido. El discurso narrativo va, sin violencia y de una manera imperceptible, de lo pretérito al ahora. Sin duda que hay la creación de una atmósfera. Me impresiona esa cercanía-lejanía que maneja el personaje: mostrarse involucrado con las situaciones descritas, pero sin dejarse arrastrar por la sensiblería.
Nota: La luna no es pan de horno continua alumbrando sobre el grupo. Alcides Nelson y yo nos hemos instalado a brindar repetidas veces por la larga vida del relato y la autora. Salud.
Miércoles: un aguacero fuera de temporada me ha encerrado en casa ¡Tantas cosas que hacer y yo aquí! sin poder salir, bajo pena de que se me complique la gripe que me ha tomado por sorpresa a partir del domingo último. Vuelvo sobre los libros de los amigos: la edición es de 1988. El título es el de cuento El Nacional. El sello es de Monte Ávila. Me simpatiza uno de los epígrafes de Con los ojos abiertos: “Soy la sombra de una pena”, parte de la letra de una canción interpretada por José Feliciano. Me detengo en Daguerrotipo del príncipe en sepia: releo las anotaciones que en su oportunidad hice: “Reiteración de una frase o de varias frases para avanzar en el relato”. Otra: “Digresión de un personaje para ir al pasado”. O: “Introducción de elementos extraliterarios en el discurso”. O: “Regreso al pasado (¿es Guillermo Meneses quién lo denomina “pasado activo”?)”, anotado con mi letras de garabatos. Un agregado: “El relato se estructura sobre tres objetos, sobre tres nombres, y, combinándolos, permutándolos en un tono evocativo-amoroso, se inicia y se desarrolla en la angustia de los personajes y, finalmente, desemboca donde ha comenzado: unos ojos, la lluvia y el fondo de unos balcones citadinos”.
Sí, Laura le es fiel a su escritura, me digo y miro hacia Las aguas tenían reflejos de plata. Repaso la dedicatoria: “Para Orlando, con la admiración y el eterno cariño por su literatura, su sensibilidad y su amistad”. Espero atravesar pronto y bien, el territorio éste del quebranto gripal para recorrer el golfo de Venecia, o Golfo de Coquivacoa, ese que desde “1498 fue mentado lago y Puerto de San Bartolomé”. Lo mejor de todo es que también somos consecuentes en la amistad.
Orlando
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